jueves, 13 de mayo de 2010

Me sentí en armonía con el universo...por un momento

Mi lesión en el hombro me impedía conducir un vehículo para el que necesitase ambos brazos, es decir que ni coche, ni bicicleta. El médico me recomendó que pasase dos semanas con el cabestrillo. La primera semana, no fui a la oficina a trabajar con el resto de mis compañeros, excepto los días que Shela pudo, muy amablemente, acercarme en su coche. La segunda semana, el lunes, fui con Shela muy temprano a inscribirnos a las actividades de Alterna, para el siguiente fin de semana, después me dejó en la oficina. El día era lluvioso, de hecho se pronosticaba lluvia para toda la semana. Pasé toda la mañana con mi gente de la oficina, currando, y fuera viento y lluvia. Mi madre, la noche antes, me propuso venir ella a recogerme al curro, pero le dije que no hacía falta. Ya tenía el plan hecho en mi cabeza, a pesar de que estaba lloviendo y hacia un tiempo malo, confiaba en que escampase a la hora de irme. Tenía pensado irme andando, me gustan los retos, y ya había cumplido el de ir en bici, de hecho es lo que estuve haciendo hasta que me lesioné. Partiría media hora antes de lo normal (ese día entré media hora antes de lo normal, además), para así llegar a casa a la hora a la que normalmente comemos.
Llegaron la una y media, vi que había parado de llover, y dije que me piraba. Me preguntaron cómo me volvía, dije que andando y Maite, muy amablemente también, se ofreció a llevarme, pero ese día me apetecía volverme andando colina abajo hasta mi casa, quería ponerme a prueba y también calcular el tiempo del trayecto a un paso normal. Salí por la puerta, comprobé el reloj y eran las 13:37. Comencé pues mi larga marcha, cual legionario romano. Bajé la avenida Navarro Ledesma, hasta la altura de la hamburguesería el Dorado. Cogí el callejón entre el Dorado y el bloque donde viven María y Elena. Bajé por aquellos parques, atravesé la avenida Plutarco y seguí bajando hasta llegar a la calle de arriba del Clínico. Bajo esa calle, y luego cojo la avenida que baja el Clínico, pasa entre la universidad y el pabellón de deportes, y sigue hasta la entrada a la autovía. Atravesé el polígono Alameda. Crucé hasta alcanzar el recinto ferial. Todo ello a un paso calmado, respirando, sintiendo mis piernas y cada parte de mi cuerpo. Empezó a salir el sol, y a soplar una leve brisa de esas que aparecen los días de lluvia, una vez que escampa. Sentí una energía especial. Fui consciente por un momento de como la tierra que estaba pisando, me permitía moverme libremente de un lado a otro, con la única compañía de mi propio cuerpo y mi mente. Fui consciente por un momento de como el cielo que me cubría, se destapaba para dejar que el sol me calentase lo suficiente para darme energías y llegar a mi destino.
Recordé uno de los primeros versos de un poema japonés de un samurái anónimo del siglo XVI:
"Carezco de padres: mis padres serán la tierra y el cielo".
Desde que encontré por pura casualidad aquel poema, se convirtió en uno de mis credos. Leer, releer y repetirme cada una de sus líneas, me sigue llenando de fuerzas para hacer cualquier cosa. Seguí caminando por la feria, y fui consciente por un momento de como el ritmo de mi respiración y mis pasos se acompasaban. Otro verso vino a mi memoria:
"Carezco de vida y muerte: el ritmo de mi respiración será mi vida y mi muerte".
Me sentí parte del todo, pero a la vez completamente libre, aquello que me unía a todo lo que existe, me hacía sentir completamente libre. Creo que por un momento, estuve cerca de alcanzar las puertas del tan deseado "mushin" o "mente vacía". Cuando alcancé una parte peatonal de la feria, fuera del alcance de la circulación de vehículos, cerré los ojos unos segundos y seguí caminando...sin embargo, no sentí mermada mi percepción del entorno, podía sentir, escuchar, ver con los ojos de mi mente. Los colores y las formas no podían traspasar mis párpados, sin embargo los rayos del sol y las sombras proyectadas por los objetos de mi alrededor, sí que podían traspasarlos, y de este modo pude ver con los ojos cerrados. El poema, desordenado, comenzó a desplegarse verso por verso, enseñándome lecciones ya aprendidas, pero nunca de un modo tan profundo.
"Carezco de ojos: el resplandor del rayo será mis ojos".
"Carezco de oídos: la sensibilidad será mis oídos".
Me sentí pequeño y grande al mismo tiempo, no sentí miedo, simplemente no sentí emociones mundanas...por un momento, todo lo oscuro se volvío claro, todo rincón en la penumbra se vio iluminado. Fui consciente por un momento, de que el pasado y el futuro estaban concentrados en el ahora, en aquel preciso instante. De que nada debía temer, si podía revocar aquel momento de iluminación, aquel paseo, aquel camino. Sé que mi poder sólo sale de mi y sólo puede afectarme a mi directamente, sé que para mi, sólo existe lo que dentro de mi habita. Puedo ver amigos y enemigos en el resto, pero a la vez puedo ver cómo estos se convierten en bondad y odio que sale de mi.
"Carezco de amigos: mi mente será mi amiga".
"Carezco de enemigos: el descuido será mi enemigo".
 Puedo ver flechas que vienen a clavarse en mi, sólo cuando me veo a mí como diana en la que flechas pueden ser clavadas. Puedo ver insultos a mi persona, sólo cuando veo en mí un ente susceptible a insultos.
"Carezco de espada: la ausencia del yo será mi espada".
Sólo sufriré si espero al sufrimiento con temor y no intento comprender sus razones de ser. Sólo moriré si espero a la muerte con miedo y no intento escucharla.
Los enemigos no son más que aquello a lo que nos negamos, nosotros mismos, a conocer mejor que a un amigo. Mi mente discurría aparentemente con calma, aunque la mayor parte de dichos pensamientos debió tener lugar en los pocos segundos que mantuve los ojos cerrados. De pronto los abrí y me sentía diferente, los ojos tenían lágrimas, no sé si por el impacto directo del sol cuando los abrí, o por el éxtasis de emoción que me llenó por un momento. Llegué a mi casa, miré el reloj al entrar por la puerta, y vi que eran justo las 14:37, parece mentira, pero es cierto. El viaje duró justo sesenta minutos. Una hora, una vuelta a casa del trabajo distinta a las que hasta entonces había vivido. Fue un paseo de muchos pasos sobre el suelo, y un gran paso sobre el cielo, ya que por un momento, me sentí en armonía con el universo...por un momento.