jueves, 28 de junio de 2007

El Ingenioso muchacho Don Rebelde (Los débiles de corazón)


De nuevo en el borde de aquel infinito camino, al cual, ni él mismo recordaba como había conseguido llegar de vuelta, se despertó con dolor de cabeza, apenas pudiendo abrir los ojos ya que, aunque no harían muchas horas desde el amanecer, los intensos rayos de luz de aquel sol, después de la tenebre oscuridad que invadió la noche anterior, atravesaban la retina del joven que incluso podía sentir como estos perforaban cada resquicio de su mente. Se estiró y bostezó tan placidamente como si hubiese pasado la noche en su hogar, en su propia cama, como si hubiese olvidado todo el miedo que sintió horas antes, perdido y solo, en el lúgubre bosque que ahora quedaba a unos metros de la punta de sus pies. En realidad su, ahora recuperada, sensación de seguridad no podía compararse con la que sentía en su propia casa, ya que no se si nuestro longo caballero alguna vez llegó a tener realmente refugio propio, o si siempre vivió en el camino. Sentía ganas incontrolables de levantarse y abrazar a aquella piedra, no sabía quién o qué lo había guiado hasta la roca de nuevo, no encontraba en sus recuerdos siquiera imágenes desdibujadas, todo era blanco, como si la conciencia hubiese arrancado las hojas escritas durante las últimas horas, y las hubiese arrojado al cajón del subconsciente. No merecía la pena encerrarse en intentar recordar el cómo de su vuelta, lo importante es que estaba bien, o al menos cerca de la única vía de escape. Su corazón palpitaba fuertemente, ya que el alivio lo invadió sin merced. La señora luna junto a sus vasallos, las estrellas, se había marchado al volver su señor, ahora durante el día, era hora de trabajar, las horas de vigilia te prohibían el descanso, éste era deber de la noche, pero te proporcionaban la seguridad que la madrugada intentaba robarte, si sabías almacenarla, estarías salvado, si abusabas de la protección de aquel señor, antes se marcharía, y por tanto más horas quedarías desamparado. ¡Sigue adelante, longo caballero!, pisa el polvo del camino lo más fuerte que puedas, para así levantarlo y confundir con una nube tu figura en aras de dificultar la empresa de aquellos que siguen tu rastro para arrebatarte el poco bienestar que llevas en tu equipaje. No porta espada alguna pues, como sabemos, es aún joven y su fuerza no da para más defensa que el puño, la patada y la rebeldía. Viste las botas que la mismísima Experiencia hizo para él como obsequio, por su paciencia, su constancia, y sus ganas de luchar. La Experiencia era conocedora de todos los caminos y rincones de éste y otros mundos, y por tanto era consejera apta. No había gota de agua que calase en las botas de nuestro viajero, no había guijarro que se colase por agujero alguno, pues no existía agujero alguno en las suelas de una obra maestra de la Experiencia. También ésta, regaló unos guantes de piel al joven, para que con ellos pudiese acariciar las malezas que aparecen en tramos dificultosos del camino, y sentir las espinas del cardo borriquero tan suaves como los petalos de la rosa, así nuestro viajero sabría disfrutar de la dulce fragancia de los momentos dificiles.

Lanzó una mirada noble al horizonte, consiguió ver la nada del todo, tan importante era aquella línea que separaba la misma tierra del cielo, y a la vez tan invisible, que sólo el sabio se paraba a contemplarla. Nuestro inexperto y longo caballero, a pesar de inmaduro, tenía a veces un vislumbre en sus ojos lleno de saber, como si cualquier filósofo clásico se aprovechase, de tarde en tarde, de la debilidad del joven, para poseerlo por unos instantes y poder, miles de años después de haberse marchado, ver el mundo a través de los ojos de un vivo. De ahí que el muchacho, de tarde en tarde, fuese invencible, y capaz de ganar cualquier duelo de miradas a un rey, si se lo ponías por delante.

Una jornada calurosa, más que las anteriores, unos 35 grados ya, por encima de la escala de Celsius, y el reloj no habría pasado aún del mediodía. Estaba en un punto donde todas las ciudades quedaban lejos, y los pueblos ya no estaban de moda, el último éxodo rural causó que, de cuando en cuando encontrases poblados de casas y pequeños edificios totalmente desiertos.

Fuera de las urbes, el longo caballero, nunca se había atrevido a apartarse del camino, exceptuando la noche anterior, que por sed y curiosidad, ¿por qué no por ser los planes del destino? se hubo alejado unos metros, tan largos como leguas, lo cual aunque peligroso y osado, por suerte acabó aparentemente bien, ya que lo único de aquello que quedaba grabado en su memoria, era la lección que aprendió, lección de humildad que suponía una carga más en su equipaje, pero que a la vez le daba fuerzas de sobra para aguantarla.

No llevaba reloj, ni brújula, ni calendario, hubo un tiempo en el que llevó, pero los perdió, tampoco sabía ni en dónde, ni cuándo exactamente, tampoco le preocupaba, por lo que usaba su intuición, y fenómenos naturales como la posición del sol, el clima, el musgo de los árboles y la dirección del viento entre otros, para orientarse en tiempo y lugar.

Eran muchos los caminantes, y viajeros, en realidad el mundo en aquella era ya no era más que una red de caminos en la que podías aparecer en cualquier lugar del planeta y encontrarte con cualquiera. Aquel mundo era viejo, como una vez un señor plasmó en las primeras páginas de su diario sobre cierta ciudad, en éste las piedras no parecían huevos de dinosaurio, pero porque el planeta era tan antiguo ya, que nadie recordaba qué era un dinosaurio. Todos tenían tantos kilómetros por recorrer, y la incertidumbre embargaba su alma de tal manera, que nadie tenía tiempo para pensar en un pasado tan remoto, por ello vivían soñando en cada parada del viaje, cada uno en su mundo, nunca mejor dicho, pues cada uno estaba más cerca de su imaginación que de la realidad, por lo que entonces, los viajantes tenían un mundo que los conectaba, el real, y otro, el imaginario, que los hacía totalmente diferentes entre sí.

La mayoría era fiel a su trayecto, y lo terminaba respetando las sendas permitidas y evitando las prohibidas. Pero aún así, también existían ciertos grupos minoritarios, que habían desistido en el viaje, o que habían tentado a las percas del destino, saliéndose de las sendas permitidas y siendo condenados a no saber que hubieran encontrado al final de su viaje. El longo caballero, nuestro protagonista, aún no habíase encontrado con ningún ser condenado más allá de los bordes del camino. Para él, desde anoche, lo prohíbido suponía un proceso del no saber al saber, ya que pensaba que al igual que había pasado esta vez, de todas las veces podría sacar una nueva lección y asi convertirse en el experto caballero, dejar el adjetivo longo, colgado con honor sobre la rama de algún árbol, y vestir su nuevo título. Cualquier oportunidad de nueva aventura, para él siempre había sido un desafío y una sensación de éxtasis deliciosa, por lo que en cuánto se le presentase la ocasión, se lanzaría sobre ella.
Los seres condenados más allá del borde del camino, eran los débiles de corazón, ya que habían sucumbido a la curiosidad y caído en el foso del morbo, quizás el fuerte deseo de nuestro joven por poder volver al camino, al verse en peligro o al menos al sentir pavor, lo salvó de la condena. Se dijo pues para sí, que fingiría el mismo deseo cada vez que buscase aventuras fuera del trayecto predeterminado, para así engañar al destino durante unas horas, y poder adueñarse educadamente de los secretos que cada pueblo de condenados custodiase.

Debía haber estado pensando todo eso en voz alta, pues tenía la boca seca. Urgía buscar agua, donde fuese, era una buena oportunidad, si necesario, para apartarse del camino. Pero tras unos cientos de pasos más, parecía haber sido perseguido de nuevo por aquel guardían al que no podía ver, pues de bruces se dió con un pozo. Casi desfallecido por el estupor y la sed, sacó fuerzas de flaqueza para correr hasta aquel pozo de piedra, en busca del balde que elevase el dulce oro insípido e incoloro hasta su garganta. ¡Maldición! la bendición se presentó de la mano del infortunio, pues el agua estaba a una veintena de pies bajo tierra, y el cubo no esperó a que llegase nuestro viajero, si esque alguien puso un cubo allí alguna vez. La ilusión de hace segundos se desmoronó. En una de las piedras del pozo podía leerse: Lo que tú aprecies como oro, los demás protegeran como el mayor de los tesoros. Y sí, era cierto pues, que para un caminante sediento no había bien más preciado que el agua, especialmente por aquellas fechas de extremo calor.

El muchacho desesperado, y casí delirando, como no era extraño en él, se apoyó sobre el borde redondo de aquel pozo, y...adentro, comenzó a descender con la espalda contra un lado del pozo y ambas piernas contra el otro, afianzando sus movimientos con un pie antes de apoyar el otro, asegurando su equilibrio, intentando aferrarse a las piedras del interior del pozo con la ayuda de sus dedos entumecidos por el cansancio, sin actuar con desenvoltura, sin embargo ya quedaban sólo unos metros para tocar el agua y beberla sin límite, sin nadie que le molestase, ni le cobrase por ello, y seguramente su sed se vería saciada antes de verse el agua del pozo agotada. Pero cuando ya la distancia entre el muchacho y el agua era de centímetros, perdió pie, era extrañísmo, sintió como su pierna se hundió en el eje vertical más allá del muro del pozo...era un agujero, más bien parecía una especie de túnel, pues en su diámetro cabría incluso un hombre gordo como un barril. Nuestro longo caballero, tenía más ganas de curiosear que sed, por lo que se adentró tumbado en el tunel, reptando durante unos cien metros ya, que aunque nos parezcan pocos, se hacen largos cuando te invade un temor por desconocer lo que puedes encontrarte, y cuando te sientes como el jamón de un bocadillo, casi aplastado entre muro y muro. Después de otros tantos metros recorridos, se encontró con una bifurcación, la causa de no extenderme en su duda por la elección de cuál de los dos túneles coger, es que lo tuvo claro desde que vio ambas opciones, siempre eligiría la izquierda, pues seguro sería la opción menos aburrida, aunque con toda seguridad la más temeraria. El final de este túnel de la izquierda lo llevó a una pequeña galería, lo suficientemente alta como para permitirle ponerse en pie. Una vez en pie, se enfrentó a una puerta de madera, con pinta de muy antigua, ¡espera! ¿como iba a seguir, sin antes haberse preguntado siquiera, que hacia allí él y que hacían allí esos túneles subterráneos?, ¿qué habría encontrado si hubiese elegido el tunel de la derecha? eso ahora era dificil de resolver, e inútil, había soñado con aventuras como ésta, y ahora que tenía delante la puerta que podía llevarle hasta ellas, empezaba a cuestionarse todo lo que antes nunca se cuestionó. Decidido, llamó a la vieja puerta de madera, una vez, otra...y una última tercera vez, al comprobar que nadie contestaba, se animó a agarrar el oxidado pomo e intentar girarlo, con un fuerte chirrido, giró, y la puerta crujió al abrirse ante él. Entonces...no pudo dar crédito a lo que veía, una inmensa galería construida por el hombre, como el hall en el que se enfrentó a la puerta, la diferencia es que esta galería era enormemente más espaciosa...y albergaba...¡gente!...¡no era el único que hoy estaba en aquellas entrañas subterráneas!, el grupo no era muy grande, aproximadamente unas veinte personas, ¡espera!...no eran simplemente personas, tras un segundo vistazo confirmó que no había un solo hombre, todos los ocupantes de aquella galería eran féminas, casi todas viejas, también muchas jóvenes, pero tremendamente feas, con rostros espantosos, y algo peculiar todas ellas en su vestimenta, parecían llevar allí viviendo unos quinientos años, pues la moda había cambiado mucho desde sus ropas hasta las de los del mundo de ahí arriba, todas miraron al joven con cierta malicia, como si fuesen a hervirlo para comérselo y lo estuviesen celebrando antes. Pero el longo caballero era valeroso, y se acercó a la que parecía más mayor y líder del grupo. No temían la presencia de un hombre, mucho menos la de un muchacho, era nuestro joven quien parecía no sentirse muy agusto, llegó hasta allí realmente empujado por la curiosidad, y se acercó hasta la señora, empujado también por esta, quizá traicionera curiosidad.

-¿Dónde estoy?-preguntó el joven.

-Estás bajo tierra-respondió la vieja mujer.

El longo caballero se sintió estúpido por la respuesta estúpida que una estúpida vieja le había conferido.

-Bajo tierra, ya imaginaba, pero, ¿quienes sois vosotras?, ¿vivís aquí?-se impacientó.

-Ese tipo de preguntas debería hacértelas yo a ti-respondió la anciana en todo su derecho y con razón, pues fue el joven quien invadió el hogar de éstas.

-No tengo nombre, pues no tengo a nadie que me llame, ni vivo en ningún lugar más que en camino a ninguna parte, soy viajero y caminante-respondió nuestro longo caballero, del cuál debo aclarar que Don Rebelde no es su nombre, sino un simple apelativo que utilizaré para titular su vida, debido a su característica primordial, la rebeldía.-Vengo del mundo de arriba, bajé a beber agua a un pozo sin balde, y he llegado hasta aquí-.

-No estamos acostumbradas, ni nos agrada la presencia de los habitantes del mundo de arriba-respondió la vieja.-Vivimos aquí desde que nos condenaron ellos, hace mucho, mucho tiempo, antes de que me preguntes, vivimos solo mujeres, pues nuestra raza es diferente de la que tu provienes, en mi raza en mi generación, la mujer domina, y el hombre sirve como esclavo, la próxima generación será dominada por los hombres, y las mujeres servirán como esclavas de ellos. Si ambos sexos jugásemos el mismo papel a la misma vez, conoceríamos igualmente el secreto de nuestra raza, y habría conflictos, por los cuales una de las partes podría traicionar a la otra desvelando el secreto al resto del mundo-.

-Y, ¿cuál es vuestro secreto?-inquirió nuestro curioso protagonista.

-La maldad-contestó la vieja.

-¿La maldad?-.

-Sí, somos profesionales y expertas en hacer el mal, el secreto fue pasado a nosotras por nuestros padres, y a ellos por sus madres. Hasta que mi raza fue condenada, el gobierno del mundo nos contrataba para asesorarles a la hora de hacer el mal-explicó aquella abuela con cara de maldita bruja, ahora más espantosa, tras haber desvelado su secreto al jóven.

-Bueno, el mal, bien, vale, pero...si es tan importante el secreto de vuestra raza, ¿por que se lo confiais a un desconocido como yo, a la primera vez que os lo pregunta?-.

-No lo entiendes, todo el mal del mundo es obra nuestra, conocemos todo lo malo de ahí arriba, todos los pensamientos malvados, los deseos malditos, los actos malintencionados, pues mi raza es quien los crea, y los pone en las cabezas y corazones de los de ahí arriba. Si tramases cualquier maldad, o tuvieses un pensamiento impuro en este momento, lo sabriamos perfectamente, de igual manera he sabido que preguntas y actuas aquí y ahora con buenas intenciones-.

-Cierto, en realidad, encontré el camino hasta aquí de casualidad, y me acerqué en busca de aventura o de algo nuevo que aprender-a pesar de lo extrañísimo de la situación, de aquellos seres y aquel lugar, el joven no parecía muy sorprendido, quizá su experiencia con lo extraño vivido en sus sueños, le impide diferenciar realidad de ficción-¿Tenéis algo que enseñarme?.

-Lo siento, pues sólo sabemos hacer el mal, cosa que podríamos enseñarte, pero el mismo gobierno que usaba a mi raza de malhechores, nos condenó hipocritamente, cuando temieron que desvelásemos nuestro secreto al resto del mundo, y perjudicásemos su estatus de poder. Has de andar con cuidado por allí arriba, seguramente te habrán hablado mal de los pueblos condenados, los seres débiles de corazón, nosotros somos uno de esos pueblos, ya en extinción desde que dejamos de hacer falta ahí arriba, encontrarás a otros tantos desterrados, pero a ningún otro pueblo enterrado, pues el gobierno del mundo de ahí arriba nos consideró la raza más peligrosa, temen que digamos las verdades que conocemos, y aquí nos han hundido, cuando pegaste, nadie te abrió la puerta pues no podemos, es imposible, desde dentro no se puede abrir, solo si alguien llega desde fuera puede entrar para conocer parte de nuestra historia, no cualquiera puede acceder a ésta galería, sino sólo aquellos virtuosos con el don necesario y las ganas para luchar y con cuidado de no ser descubierto por el gobierno,difundir nuestro secreto entre los habitantes del mundo para conseguir algún día la revolución de los pueblos contra el poder, y marcharse por la puerta del extranjero-.

-¿La puerta del extranjero?-.

-Es una puerta por la que solo pueden escapar los osados que vengan del mundo de ahí arriba, como tú, después de escuchar la verdad de nuestra raza, te llevará directamente a la superficie, solo has de subir un pequeño tramo de escaleras, y aparecerás, justo junto al pozo donde pausaste tu viaje. Así que, ¡vamos! date la vuelta, la puerta está justo detrás tuya-.

El joven no supo de dónde diablos salió aquella puerta que minutos antes allí no se encontraba, pero se limitó a hacer caso a la anciana, y cuando agarró el pomo para abrirla y marcharse de allí, se giró una vez más y preguntó a la anciana:

-¿Cuál es el nombre de vuestra raza?-.

A lo que la vieja respondió con perspicacia.

- Mi raza ya no tiene nombre, pues ya no tiene a nadie que la llame.

El joven quedó desconcertado por las palabras de aquella mujer y por la experiencia esta vez vivida, abrió la puerta...y se marchó.

El Ingenioso muchacho Don Rebelde (Insomnio de Una Noche de Verano)


Una parada en el camino, de esas para reposar el cuerpo y la mente tras una larga jornada de viaje, una simple calada a la pipa de opio para evadirse durante unas horas de la realidad, la cual, según intuía nuestro longo caballero, presentaba un largo trayecto por venir, y digo intuía, ya que antes dije que nuestro protagonista andaba y andaba sin conocer ni el cuándo, ni el cómo, ni el dónde de la meta, tan solo era consciente del por qué, andaba por el simple hecho de llegar, y así lograr resolver los enigmas recién citados.

Aquel día, no por gusto, sino por falta de techo, el joven disfrutó de una noche a la intemperie, bajo la luz de una luna y un puñado de estrellas. La luna conservaba su talante de señora feudal, que cada noche, en ausencia del sol, señor y dueño de las tierras, se hacía cargo de las estrellas como vasallos suyos que eran. Los vasallos temían al señor, por eso cuando él aparecía, todos se ocultaban, y tras su marcha, en multitud volvían a aparecer, ya que era vox populi, que la señora era responsable e incluso mandona, superior e incluso altanera, pero tenía piedad, y a la vez era bondadosa, por lo que ante ella no había nada que temer, cuando volviese el señor, la señora encubriría a sus vasallos, la luna escondería a sus estrellas, y todo volvería a parecer normal. Durante el día, el trabajo era duro, pero la noche era diferente, donde la ternura del alma mater reinaba, hasta el más debil y cobarde se sentía protegido y con fuerzas suficientes para levantar castillos en aquel aire denso y húmedo, pero no fresco, de la noche, donde la imaginación se dejaba llevar y fecundaba la creatividad de todo ser pensante que se cruzaba en su camino.

Nuestro longo caballero se recostó sobre una enorme piedra al borde del camino, la piedra parecía coincidir en caracter con aquella luna, ya que era muy dura, pero a la vez lo bastante cómoda como para permitir a los viajantes descansar sobre ella, tenía el mismo toque de dureza humilde, que infunde respeto y a la vez cariño. Las calendas de agosto se hallaban cerca, muy cerca ya de aquella noche, y el calor respirado durante el día por los bosques junto al camino, ahora estaba siendo expirado en toda la faz del joven, parecía como si aquellas arboledas se sintiesen incómodas ante la presencia de un forastero y quisiesen abrumarlo hasta conseguir expulsarlo de sus tierras. Ahora, hasta en plena naturaleza, se sentía rechazado, ni siquiera aquí formaba parte de un algo, de un todo, o de un nada, simplemente, no formaba parte.

El aire casi asfixiante no consiguió levantar a nuestro longo caballero de aquel lugar, pues si algún adjetivo lo calificaba de forma correcta, ese era el de rebelde, si querían echarlo, aquellos árboles tendrían que arrancarse de raiz, dirigirse hacia él, y pedir educadamente su marcha del lugar, de otro modo, tendrían que acabar con su alma, pues era lo único que le quedaba. Además, sería imposible echarlo de allí aquel día con aquella bruma, pues su cansancio era mayor a sus ganas de seguir viviendo. Aunque lo que sí consiguieron, fue producirle insomnio durante toda la noche. Pasó la noche ahogado en sus pensamientos, soñando despierto, de vez en cuando cerraba un ojo, luego lo abría para cerrar el otro, pero intentaba tener siempre uno alerta en caso de que fuese necesario, la soledad tenía cara de pocos amigos, y aunque llevase ojos en la espalda, de nada servían tumbado bocarriba. De aquellas ocho horas que tardó el sol en volver a salir, pasó la mitad imaginando como de diferente sería aquel viaje, aquel camino, en compañía de su amada y deseada princesa. Disfrutaba diciéndose para sí, que si fuese el más rico caballero jamás conocido, convertiría en reina a su princesa, pero que si jamás llegase a serlo, no le importaría compartir los minutos con una princesa, ya que era igualable en honor, pero superior en belleza debido a la juventud de las princesas sobre las reinas.

Aquel tramo del camino no estaba iluminado, por lo que la percepción del entorno mediante la vista era imposible, más que dificil. Los sonidos de la naturaleza eran la brújula de nuestro joven por aquellos lares. Aquella noche se hizo tan larga como medio año, y debido a los calurosos últimos días, el joven se había bebido todo el agua habida y por haber, con la tremenda desgracia de no haber encontrado fuente o corriente alguna para llenar de nuevo la panza de aquel oro insípido e incoloro pero lleno de vida. A las pocas horas de estar sentado sobre aquella enorme piedra entre el camino y los bosques, sin haber sido instruido para tal empresa, como si de un instinto de supervivencia se tratase, supo interpretar perfectamente el croar de un sapo, el cual sin duda, advertía la cercana presencia de agua, se levantó, dejo a la piedra a solas con el camino, y justo al pisar el umbral de aquellos bosques sintió un escalofrío espantoso invadir todas las venas y arterias de su cuerpo, pero no se dejó engañar por el temor, pues el temor solo era para cobardes, y él era un longo caballero armado de valor y de una sed incontrolable, caminó unos metros sobre las hojas caidas durante el pasado otoño, tan remoto era aquel lugar, que nadie se ocupaba de pasar al comienzo de la primavera a barrer los desechos de las estaciones frías, ni siquiera el viento. Las hojas, por secas, crujían al pisarlas a su paso, era extraño, pues el calor que expulsaban los bosques, parecía provocar la sensación de una gélida atmósfera en lo más profundo de estos. Todo apuntaba al terror, allí dentro parecía estar viviendo una noche de diciembre en plena selva negra. Por suerte para él, el croar de aquel sapo, se convirtió segundos después en el canto de su ángel de la guarda, pues lo guió hasta un arroyo donde el agua corría en abundancia, y fresca como si proviniese del mismo polo norte. ¡Ohh! eso sí que era vida, ya no importaba el aire caliente, aliento de aquellos árboles, pues alguien cuidaba de él, aunque no podía verlo, bien por la intangibilidad de aquel guardían, o igualmente posible, por la oscuridad de aquellos bosques, donde los frondosos y por ello, malditos árboles, no dejaban pasar la luz de la luna. Una pregunta no invadió su conciencia hasta el momento de quererse volver, ¿quién o qué sonido podría ahora guiarlo de vuelta al borde del camino?, y una duda de mayor transcendencia, ¿por qué demonios las piedras no hablaban o al menos tenían gritos de aviso?, se encontraba entonces desconcertado y perdido, en mitad de un bosque, que junto a la soledad, tenían cara de pocos amigos, estaba totalmente seguro de que la expresión "estar en la boca del lobo" se le ocurrió a alguien en aquel lugar exacto en su misma situación. Junto al camino, tenía la posibilidad, si necesaría, de escapar, correr siguiendo el trayecto que los bordes de éste le marcasen, pero allí dentro, tenía todo y a la vez nada, tenía el agua que llevaba todo el día necesitando, pero no tenía forma de escapar de lo lúgubre del momento. Los pequeños animales, para él, esa noche eran fieras aterradoras, pues al menor ruido, nuestro longo y valiente caballero mostraba su faceta más cobarde e infantil. Se dió cuenta que no estaba preparado para ser aquel gángster de sus películas, si temía pasar una noche sola en un bosque, ¿cómo sería capaz de apretar el gatillo y acabar con el alma de un inocente?. Se odiaba en ese momento, sobre todo porque la sed, una necesidad física, había cortado el hilo de su conciencia mientras soñaba con su dulce princesa. Se dejó llevar por lo terrenal, y abandonó, el mucho más bello y agradable mundo de su imaginación. Se acordaba de aquella historia del viejo libro, donde los humanos vivían felices y en paz, hasta que quisieron tentar a la suerte, y probaron lo prohibido, la maldición cayó sobre ellos, y él al parecer, acababa de tropezar sobre la misma piedra, no podía culpar a nadie, pues nadie puso aquella piedra en medio de su camino, el fue quien paró a descansar y eligió la roca como lugar donde reposar pensando que todo iría como cada noche, pero ya dije que aquella parada no sería otra cualquiera ya que las anteriores fueron bajo un refugio que limitaba su visión del mundo más allá del techo. Ésta, fue la primera noche al aire libre, Aquella noche, la sed y el calor no le dejaron dormir, un simple sapo le traicionó, el crujir de unas hojas secas lo aterrorizaron, y un montón de árboles le ocultaron la luz que le hubiese guiado de vuelta al camino, nadie se acuesta sin saber algo nuevo ni siquiera nuestro longo caballero y por ello los bosques no le dejaron dormir sin antes enseñarle una de las primeras y más importantes lecciones de su viaje, da igual lo valiente, lo fuerte, lo rico, lo poderoso o lo confiado que seas, siempre existirá quien te asuste, te apalee, te compre, te ordene y te haga sentir ridículo.
Quizá la piedra no quiso ser complice del resto de aquella noche y hacerle tropezar sobre ella, quizá quiso ser amiga del joven y avisarle del terror que le esperaba en el bosque, el terror de madurar, y tener otra lección a la que atenerse, pero desgraciadamente, las piedras no hablan, ni tienen gritos de aviso.

viernes, 22 de junio de 2007

El ingenioso muchacho Don Rebelde (De Delirium)


Nuestro longo caballero, no sucumbió a los estupefacientes como el mayor por ciento de su generación, no obstante, al igual que el resto de las gentes que sí utilizaban la droga como medio de evasión, éste también estaba condenado a sufrir de delirio en un mundo donde todo es inútil, donde no importan tus sueños ni tus intenciones, ya que tu vida está escrita y sellada justo el minuto antes de que llegas a la vida. Las fuentes de este delirium tremens no tienen por qué venir del exterior, pues hasta el cerebro del más inepto de los seres humanos es suficiente para crear un mundo en su interior, condicionado, claro, por el insumo de información de nuestros primeros años, y por las reflexiones casi incondicionadas a las que nos llevan los "por-qués" de todo lo que nos rodea. Un viaje al centro de la tierra, similar al presentado por Verne, pero eligiendo en este caso nuestro cerebro como destino, nos bastaría para quedar con la boca abierta hasta el fin de los días, pues el cerebro de uno mismo puede llegar a ser nuestro mayor desconocido. Es el que nos mueve, el que nos hace pronunciar palabra, el que nos hace sentir, sin él, el corazón es sólo un músculo, pues él dirige cada terminación nerviosa que contenemos. Pero a su vez, sin el corazón, el cerebro no es más que masa inerte, la tierra de Julio Verne sin la inercia que siendo tan nada, es la que hace girar a ésta sobre sí y a su vez alrededor del astro sol.

Ya que aclaramos que la fuente del delirio de nuestro protagonista no era droga alguna, debemos explicar pues que es lo que le hacía ver las calles diferente al resto. He de decir que nuestro joven, era gran aficionado al cine, y ya que su gusto no se solía corresponder al del resto, solía ver los filmes a solas, en total silencio, y a oscuras para no vislumbrar más que la luz de la pantalla, y así durante las horas que estos durasen, viviése junto a sus personajes, sin intervenir en la escena, pero sintiendo el olor de los escenarios, y observando cada acción desde cerca. Había visto éste tal cantidad de películas de gángsters ambientadas y producidas en los mismos "felices 20" que soñaba con ser Tony Camonte en "Scarface, el Terror del Hampa" o Tom Powers en "El Enemigo Público", controlar todo el tráfico ilegal de alcohol durante los años de ley seca en los Estados Unidos, sobornar a los regidores de la ley, y ser alabado incluso por los altos cargos de la ciudad. Según el joven, nada hay más satisfactorio que el respeto por admiración, y en caso de que sea necesario, imponerlo mediante el temor. Aprendió las formas, el habla, e incluso si por el fuese, vestiría con sus trajes y sus clásicos sombreros por las calles del recién entrado nuevo siglo llamando la atención de las gentes debido a la anacronía de tal personaje con las modas de hoy, y buscaría a sus enemigos con las Thomson M1 que llevaban los gángster en las películas que él devoraba. Todos pensarían que estaba loco, pero realmente, ¿quién no lo está?, ¿quién no tiene ese tipo de sueños?, éste aprovecharía cada carnaval en su ciudad para sentirse en la piel de sus desalmados héroes. No entendía muy claramente la diferencia entre el bien o el mal, o al menos tenía una visión relativa sobre esto. Lo que sí tenía claro es que aunque hubiesen pasado ochenta años entre aquellos filmes y él, seguían existiendo enemigos ahí fuera, seguía existiendo la ley del más fuerte, del más listo, del que tiene más poder, la policia seguía aceptando sobornos, y los altos cargos de la política siguen siendo corruptibles, las nuevas leyes y constituciones no cambiaban mucho las cosas ahí fuera, solo servían para enmascarar la realidad. La injusticia era injusticia, el pobre, pobre, y el rico, rico. El que tenía o quería robar lo hacía, y el que tenía que matar o quería también lo hacía día tras día. Si todo era tan parecido a aquellos años de sus películas, ¿por qué a la gente le parecía extraño ver a un gángster de los años veinte en sus calles?, cierto que hoy los gángster han cambiado, aunque seguían con los negocios fuera de la ley, ya no seguían ningún código de honor, las mujeres eran putas, y matarían a su madre por dinero. Entonces, un gángster, por muy amoral que fuese, respetaba a la mamma por encima de todo, y trataban a las mujeres como señoritas, a la vez de comportarse en público como caballeros. Eso era, lo que ante todo, admiraba nuestro longo caballero, el respeto, el honor, y la caballerosidad de aquellos criminales. La decisión del joven estaba casi tomada, solo faltaba un atisbo de locura, un golpe de delirio que lo alienase totalmente del mundo real, para que éste se tomase la justicia por su mano al más puro estilo romántico de aquellos señores enchaquetados y armados hasta los dientes, y dejase claro...quien era el nuevo rey de las calles...cosa que deseaba demostrar, ya que entonces aquella princesa con la que soñaba en las paradas que hacía en el camino, se encarnaría en cualquiera de aquellas jovenes preciosas que admiraban y deseaban a los capos de sus películas, porque aunque él no produjo, ni rodó, ni había nacido, cuando aquellas películas salieron a la luz, las tenía tan aprendidas que las sentía ya más suyas, que del propio director, guionista y productor.

jueves, 21 de junio de 2007

El ingenioso muchacho Don Rebelde contra todos


En una edad de mi vida, de cuya fechas no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un zagal rebelde de los de grito, puño y patada. Venganza en mano, y furia cual caballero ultrajado deambulaba por las crueles y abarrotadas calles de la ciudad, donde cada cruce de miradas era una afrenta al honor, un duelo de gallardía en el que el primero en retirarse caía derrotado, y el vencedor continuaba sus andanzas en busca de aventuras en las que probar su hombría, todavía por llegar. Los continuos tropiezos, palos, y las decisiones tomadas equivocadamente una vez tras otra, debido a la indiferencia que éste presentaba ante sus sabios consejeros, resultarían en el curtimiento del joven, quién se pensaba duro, y no pasaba de ser aún inmaduro. Este pobre incomprendido, como la mayor parte de sus coetáneos en aquella etapa del viaje, solo veía injusticias, hipocresía, y abusos de poder, además de cientos de bagatelas que para un caminante sin bestia de carga suponían un peso adicional al de sí mismo, y para las cuales solo conocía una salida, la rebeldía. Quedaban kilómetros por recorrer, no conocía ni el cómo, ni el dónde del final de su travesía nadie más que el propio sino, pero el saber que no había hecho más que empezar, agotaba a nuestro solitario vagabundo, el cual no era solitario vagabundo más allá de sus pensamientos, ya que la mayor parte de su vigilia podías encontrarlo acompañado, rodeado bien de sus fieles consejeros, bien de sus compañeros de camino, o no raras veces de algún enemigo malo junto a los cuales todo demonio no pasa de travieso. Como confiar en palabra ajena, como regalar sonrisas, apretones de manos, o incluso abrazos donde todos excepto el "alma mater" eran tus adversarios potenciales, pues de todos ha de ser sabido, que el mayor amigo es amigo bajo tu techo, y gladiador en la arena. Viste pues, el nuevo caballero, su armadura, herencia de sus ancestros, la cual tras guerras y paces pasadas ha sufrido el desgaste de golpes de lanza arreados por señoritos, que aunque con poca disciplina en la batalla, claramente con gran renombre en sus lares y títulos de los que, con toda seguridad, los pobres antevenidos en el linaje de nuestro caballero carecían, y éste ya que miserable nació, según todos, así morirá. El arma es pesada para el longo caballero, caminante, viajero, como quieran llamarlo, y el matarife no es nada sin la espada. Buscó entonces protección en el puño, y la furia para empequeñecer a todo aquel que se creciese. Paso tras paso, con una coraza abollada que ya de poco servía, y la adarga que cubría su parte humana, pues al confiar siempre en volver a mostrarla algún día, no quería perderla para siempre, ¡ni dañarla lo más mínimo claro!, nuestro amigo vivía en camino a ninguna parte, a donde surgiera oportunidad de lucha por sus ideales, por sus principios, por su honra, allí detenía su marcha, para reanudarla tras haber sido derrotado o haber vencido, sin más dilación que el esperar a ver la dirección que su ex-oponente tomaba. Si aquel el Norte, éste el Sur, si aquel el Este, éste el Oeste, para alejarse así con cada paso, un paso más de un nuevo encontronazo, nuestro longo caballero era ante todo tan prudente como inexperto, ya que nunca cayó en la cuenta de que en este esférico planeta, cada paso en dirección contraria a nuestro enemigo, nos arriesga a encontrárnoslo de frente en la otra cara del mundo si ambos siguen la misma técnica disuasoria. He aquí entonces, cuando el peligro menos deseado, puede ser el que más cerca esté acechando. No obstante, camina tranquilo, camina y vive cada día como el más seguro de los que pisan esta tierra, pues de aquí a que vuelvas a encontrarte de nuevo con aquel, serás todo un hombre, que podrá soportar el peso de un gran arma, y con cuyo trabajo y esfuerzo podrás permitirte una nueva armadura.


Caminaba éste con mirada zorruna para aparentar astucia, su tronco encorvado mostrando involuntariamente la inexperiencia, cosa que dejaba de ser tal, con cada nueva experiencia vivida. Ya no eran las desiertas llanuras, ni los luengos caminos castellanos escenario de esta historia, sino una moderna jungla de asfalto, metales ligeros, y ruido, mucho ruido, siendo dicho ruido sinfonía de las grandes urbes, en las que nuestro longo caballero, caminaba, luchaba cada día sin ser observado más que por unos pocos curiosos, que al momento desviaban su atención a un grupo de trotamúsicos que con su música acariciaban brevemente el oído de los transeúntes y te hacían por un segundo desatender a la sinfonía de las grandes urbes antes citada, no era el único sitio en que los juglares mudos regalaban su alma al público, nuestro caminante supo por propia experiencia de un centro comercial en el que a intervalos podías escuchar diez dedos de marfil extrayendo armónicamente los tonos de un inmenso piano de cola, y al que acudía cuando podía como terapia, cuando sentía que su alma se acercaba a la de animal y se alejaba de la de persona, el sabor revolucionario de su forma de pensar lo hacía parecer violento, cuando solo era uno entre muchos. Andaba, andaba, y andaba, días, noches enteras hasta encontrar un lugar donde descansar y olvidar por unas horas las piedras del duro camino, al cerrar los ojos, normalmente a la noche, solía soñar con la princesa que llevaba toda su corta vida esperando, como si el joven llevase grabado al nacer el llanto, el hambre y la imagen de aquel ángel femenino que apaciguaba su alma en los momentos de reposo, quizá aquella ilusión no fuese a vivir por siempre en su imaginación, y alguna remota mañana, despertase el longo caballero en su compañía, pero no había tiempo para esperar allí tumbado, pues quizás aquella llegada no era más que una ilusión sobre otra ilusión, y aquella espera no fuese más que una espera en vano, como novia que aguarda en el altar después de que todos los invitados hayan desistido...la blanca y radiante se estaba limitando a actuar como un ser humano desesperado, y un desesperado "la esperanza es lo último que pierde". Esto era inútil en nuestro caminante, pues tenía una parte animal de la que podía hacer gala siempre que el resto sufría de las debilidades humanas, y además éste nació para andar el camino, su fin, aunque no su deseo, era terminar el camino, esperar estaba hecho para los desesperados. La victoria no vendrá a tus manos, a menos que tus manos vayan a la victoria, por tanto, para un luchador, revolucionario e inconformista como nuestro protagonista no quedaba otra que luchar, revolucionarse e inconformarse con lo impuesto por el poderoso, ir en contra de la corriente, quizás porque consideraba la corriente como un río que arrastraba solo a enemigos de sus propias convicciones, y de esta manera, de nuevo inconsciente de la forma esférica de su planeta, intentaba alejarse de todos ellos, eligiendo la dirección contraria, que en línea recta, seguramente acabaría por enfrentarlo al resto. No quise aquí más que introduciros a los hechos más relevantes de una vida como tantas miles, poco interesante en su continente, e incluso aburrida en su contenido si se mira a través de los ojos del pensamiento común. Pero singular como todas y cada una de esas otras miles de vidas, que pueden mostrar su camino particular de la forma más fantasiosa, o quizás no fantasiosa, sino en este caso, vista a través del cristal de nuestro caballero, caminante o viajero, como quieran llamarlo, cristales transparentes, pues no se pretende colorear los hechos, pero suyos propios, por lo que muestran su realidad, la realidad del protagonista, en cuyo caso ningún otro punto de vista importa, no importa la opinión de los personajes secundarios, ya que en todo cuento, el protagonista muera o siga sus andanzas tras el fin del relato, siempre vence, y el que vence es el que escribe la historia.
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"Our own heart, and not other men's opinions form our true honor. "
Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

lunes, 18 de junio de 2007

Por un poquito más, ganas mucho

Para los universitarios llega el momento decisivo, y creo que no soy el único que intenta retrasar la hora de la verdad. Nunca siento el empuje necesario para empezar a escribir en el blog, ni para ordenar los libros por género, ni para poner a descargar todas aquellas películas que un día dije que pronto vería...nunca, hasta el día antes del primer examen.
Quieres estudiar, bien porque es la asignatura más fácil y puedes ir a por nota, o bien porque es la más dificil y cuanto antes te la quites, mejor. El hecho es que es imposible estudiar el día antes del primer examen, tienes que buscar cosas que hacer, que te distraigan, que te hagan perder el tiempo, sino luego como justificas el sentimiento de culpabilidad por no haber estudiado lo suficiente.
*Reproducción ficticia del stream of conciousness de un estudiante durante un examen (el uso de cursiva es utilizado [por mí y por William Faulkner] en ficción para expresar los pensamientos internos de un personaje):
"¡Joder! mira que has tenido unos quince días desde que cortásteis las clases hasta el primer examen para estudiar, y te has pasado doce, pensando cuándo vas a empezar, luego en dos días te pasa como siempre, nervios de última hora (en tu caso última hora es cuando empiezas), agobias a los que te rodean que intentan, inutilmente, tranquilizarte, y te pasas las dos horas antes del examen pensando y diciendo gilipolleces, en vez de repasar...esto tiene que cambiar, para el próximo examen empiezo mañana...con ocho días de antelación...que si yo estudiase podría sacar nota...sobresaliente...¡qué coño! matrícula de honor...mierda han pasado quince minutos y no he empezado ni a leer el enunciado...¿que de qué color es el autor de "Negro"?...jurl..."
Así pasa el examen, contestas alguna que otra pregunta entre discursión filosófica...y desesperación...y al final siempre, milagrosamente...has contestado a todas...sales de la clase...nervios...más que antes de entrar...preguntas las dudas...descubres errores...te callas...agachas la cabeza...o te da la vena optimista esa de: -Bueno la suerte está echada, alea iacta est, que sea lo que dios quiera, yo creo que tan mal no está, a ver si se comporta, espero que no sea muy perro/a corrigiendo. Que a ver, ¿por qué extraña razón confiamos en la bondad de un profesor...y no confiamos en nuestra capacidad de aprobar un examen?...Informo a los desconcertados e ilusos como yo...que después de un examen...si te ha salido mal...especialmente porque NO has estudiado...suspendes por cojones...por muy bueno que sea el profesor...olvida eso del carpe diem...o el beatus ille...que sepas que esa frase del:...espero que no sea muy perro/a corrigiendo... no suele ayudar a aprobar.
La única manera de relajarte...es darte cuenta que al resto de tu clase le ha salido como el culo...porque así es como que te sientes integrado...ya dicen que mal de muchos, consuelo de tontos...pero da igual...por muy malo que sea ese mal...es totalmente cierto...somos gregarios...y si eres el único que suspende un examen te sientes como la mayoría de los protagonistas de la literatura norteamericana..."alienado"...no, no, uno no quiere eso...si suspendo por favor, que suspendan algunos más conmigo. Lo más extraño es que este fenómeno no se produce en el caso contrario...es decir, cuando tu apruebas, aunque sea por los pelos...ya puede haber suspendido toda la clase...que no hay sentimiento más placentero que la alienación...¿yo?...odio la humanidad...que conste que nunca quise nacer en este planeta...pero no tengo culpa de haber nacido aquí siendo más listo que el resto...si ya lo decía mi abuela...yo iba para medicina.
Los mejores tiempos eran los del colegio...¡qué envidia! teniamos todos a aquellos compañeros de clase que te decían...mi padre aplica la ley del mínimo esfuerzo...así que no voy a estudiar para sacar más de un cinco...con aprobar es suficiente.
Aunque a muchos no les ha ido mal con esa ley, ese principio, o esa consolación...muchos de los sobresalientes de mi antigua clase están haciendo el vago en el sofa...sin embargo muchos de los que aprobábamos por los pelos cuando aprobábamos, estamos "currándonoslo" en la universidad para "no" estar explotados el día de mañana en un trabajo basura.
Al fin y al cabo...nada lleva a ninguna parte...o todos los caminos llevan a Roma...así que por mucho que estudies...si estás destinado a cagarla en un examen...lo harás. O alomejor tienes suerte y preguntan "ese tema que te dió por mirarte"...lo importante es que no pierdes nada si estudias...más bien ganas...ganas más de lo que empleas para estudiar...por un poquito más, ganas mucho. Dejo de distraerte amigo...
Dejo de distraerme amigo...ya que hoy "The woods are lovely, dark and deep,/But I have promises to keep,/And miles to go before I sleep,/And miles to go before I sleep."