miércoles, 26 de septiembre de 2007

Breves Reflexiones

"Escribo, no sé por qué. Solo que es la única forma de hacer que todos lean lo que no escuchan cuando digo".
"Es triste tener que ser perdonado, y no ser capaz de pedir perdón".

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"Pelea, guárdate una piedra en el bolsillo, para lanzársela a tu enemigo, pero sin soltarla, puede que necesites lanzarla una segunda vez".
F.C.R.
22/9/07

martes, 25 de septiembre de 2007

El Ingenioso muchacho Don Rebelde (El Faro del Fin del Mundo)


Mares, océanos, las aguas ocupan tres cuartas partes de éste, nuestro planeta, según los estudiosos. Sin embargo nunca habían ocupado ni lo más mínimo en la vida de nuestro longo caballero, cuya experiencia más cercana al mar fue recorrer un par de kilómetros de algún que otro paseo marítimo. El mundo era más hondo que alto, y aún las profundidades eran todo un misterio para el hombre. Algunos hablaron en sus libros de civilizaciones allá perdidas, otros de criaturas submarinas monstruosas, leyendas de marineros, quizá sugestionados por la tenebrosa alta mar. Todo por descubrir, aunque imposible en un tiempo en el que se carecía de medios para explorar dichos submundos en los que la atmósfera de la superficie no se atrevía ni a asomar la pata. Ahora estaba el joven en lo más alto de un faro en el extremo del espigón de un cabo del fin del mundo, tras caída la noche, o más bien caído el sol, y bien entrada aquella noche, seguía con la mirada el trayecto elíptico que la luz de aquel faro dibujaba en las turbulentas aguas noctámbulas, que parecían querer bronca con las rocas del espigón. A pesar de aquello, por lo demás era un lugar tranquilo, pues no había más boca con la facultad de hablar, que la de nuestro protagonista y la del guardián del faro, un viejo que parecía tener los doscientos años, pues la curvatura de su espalda era la mayor jamás imaginada, y el blanco de su barba, tan intenso como la cal que cubría aquella torre. La noche siempre era un momento de reflexión para el muchacho. Tuvo curiosidad siempre por subir a un faro, y el guardián lo recibió encantado, de lo que podemos deducir dos situaciones totalmente opuestas, o estaba acostumbrado a recibir visita y de ahí su hospitalidad, o nadie solía pasar por allí y su buena reacción se debía a la necesidad universal de compañía humana, que todos sufrimos cuando nos sentimos solos. Ya que no era fácil ni atractivo dirigirse hacia aquel inhóspito pero romántico lugar, la segunda opción se convertía en la más probable, y en consecuencia, Don Rebelde sentía empatía por el guardián, pues "soledad" era una de las palabras que no sacaba de su propia mochila. Sabía como aquel debía sentirse, día tras día, mes y año tras año, solo allí arriba, en el fin del mundo, con la sola compañía de las ruidosas y sucias gaviotas, y un haz de luz que lo único que aportaba era un toque de monotonía a lo lúgubre. Nuestro longo caballero llevaba toda una vida caminando solo, viviendo en su fuero interno, y saliendo, su conciencia, de un salto, sólo durante encuentros ocasionales y repentinos. El resto del tiempo, para él, el mundo real no era más que un reflejo de sus sueños, ilusiones, y visiones subjetivas. Su princesa seguía sin materializarse, y puede que así fuese durante mucho tiempo, pues dicen que la recompensa llega al final del camino, y en el caso de nuestro joven, quedaba un camino largo, y a veces lento, por recorrer. Pasó horas contemplando la inmensidad, la infinitud del mar ante sus ojos, se preguntaba si el viejo, en tantos años ante aquel panorama, habría conseguido ver algo más allá del infinito, pues para él, el escenario era un fondo negro sobre violento ruido de olas. El no ver nada, te ofrecía la oportunidad de dibujar tú mismo lo que querías ver. El estar solo ante el peligro, te permitía estar solo ante el placer, por lo que todo lo malo tiene parte de bueno, siempre. El ciego de nacimiento no tropezaba con nada pues había dibujado el mundo según referencias externas, pero lo podía colorear a su estilo, y vivir con alegría lo que el resto vivía como un día gris.
El señor mayor parecía haber rejuvenecido ciento ochenta años, pues lucía sonrisa de veinteañero, sin embargo no abrió el pico en horas. Pensó nuestro longo caballero, que a veces el simple hecho de tener a alguien cerca, contaba como compañía, y aunque fuese por unos segundos, valía ya por varios meses de felicidad para aquel lobo de mar varado en aquel faro, lobo solitario. Quizá el secreto de la vida eterna esté en saber disfrutar de los buenos momentos y echar mano de ellos siempre que sea necesario, si hoy alguien está contigo, deberá este hecho reconfortarte durante mucho más tiempo del que esa persona permanezca a tu lado, pues no sabes cuánto puedes tardar en volver a encontrarte con una buena compañía. Pocas o ninguna palabra del viejo del faro, bastaron a nuestro longo caballero, para ver algo más allá de aquel infinito. El fin del mundo acechaba a unos metros del lugar, y sin embargo el camino de nuestro viajante se extendía leguas tras aquel falso cartel de "Fin Del Mundo", que solo servía para atemorizar a los débiles, y hacer que en tal punto finalizasen su trayecto. Pero el longo caballero no era débil, al menos ya no, tenía la experiencia suficiente como para saber que el riesgo que corría al continuar su camino más allá de aquel cartel, era directamente proporcional a las posibilidades de descubrir nuevas verdades, que seguirían siendo un misterio para aquellos que allí diesen el viaje por terminado.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Breves Reflexiones

"No es la cobardía lo que inunda tu conciencia cuando pasan las horas de furia, hambre de venganza y valor, sino la razón que te hace seguir siendo un hombre de honor".
"La vida no es más que un puzzle sin su última pieza, disfruta de su belleza hasta la saciedad, después, termínalo y a la caja".

lunes, 3 de septiembre de 2007

A tí, escritor


A tí, escritor que aún no conozco más que por escasas pero extraordinarias incursiones en los medios. Espero saber de ti pronto, pues siento ansias por descubrir los pensamientos de alguien que tanto ha hecho por la literatura, o al menos eso creo, pues ya te digo, aún no se más que tu nombre, y tu apariencia de ser huraño y encerrado en si mismo, cuya única válvula de escape son las teclas de aquella vieja máquina de escribir que una vez te vi usando, cuando unos periodistas con cámara invadieron con tu permiso, el lugar donde diste vida a todas tus obras, de las cuales no he leído una sola, nunca tuve el empuje necesario para ello hasta ahora. Tú como tantos otros, últimamente has sido tan ignorado por una sociedad en la que las letras se desvanecen encerradas en libros aún plastificados, apilados en estanterías de casas, dónde simulan el falso interés de estas familias por la cultura, y adornan un vacío en sus vidas. El mundo de las apariencias es sano para la literatura, pues incluso quien no lee, compra libros para sus estanterías. Si compran libros, los escritores comen, pues no todos pueden permitirse escribir por placer, si estos comen, escriben nuevas obras, de las cuales alguna desvelará un secreto o tocará una fibra a la humanidad y pasará a la historia, así será conservada durante cientos y miles de años para que los que estén por venir sepan que fue de sus antepasados. Las palabras de nadie son en vano, todos tienen algo que contar, algo que decir, y sin embargo quedan en el olvido más libros de los que pasan a la historia, pues aún no, y parece que cada vez menos, sabemos valorar lo que dicen o hacen los demás. Quizá no sepamos escuchar la voz del mundo, o tal vez no querramos conocer las ideas de los que las quieren transmitir, por temor a aceptarlas, por envidia al no haber llegado tú a dichas conclusiones, o simplemente por simple indiferencia. No hay nada más triste que ella, la ramera indiferencia, que al igual que la ignorancia, le gusta ir con todos y cualquiera, acompañan a pobres, pero también, y no menos, a ricos, a feos, y no a menos guapos. Se transmiten como si del sida estuviésemos hablando, pues aquellos que no se interesan por saber, inconscientemente inculcarán la indiferencia a sus hijos, y estos a sus hijos, y así sucesivamente, hasta que nazca el que quiera elegir un camino diferente al de los suyos.
Nadie sabe, nadie sabe, lo que nadie quisiera saber...pues no saber es fácil y cómodo, desde el punto de vista práctico.
Muchos no leen por miedo a no comprender, muchos otros no escriben por miedo a no ser comprendidos, porque piensan que el escritor nace, y en parte es cierto, pues el escritor nace, aunque no en unos pocos, sino en todos los seres humanos, y sólo son unos pocos quienes despiertan su escritor interno. Ya digo que todos tienen algo que decir. Tú, escritor, fuiste uno de esos que supo despertar ese espíritu aventurero y arriesgado, para, sin salir de tu habitación, viajar a los rincones más recónditos del alma humana, más inmensa que el propio universo, pues en ella cabe lo que no puede oírse, verse, olerse, tocarse, ni gustarse. Cabe el infinito.
Escribo
para tí un pequeño homenaje, pues sé que lo mereces al igual que tantos otros que se fueron sin decirme adiós, de ti pensaron muchos que eras un jodido borde y altivo, aunque imagino que la culpa es del mundo, nunca del sufridor, has tenido que dejar esta vida de viejo para que yo me interese por aquello en lo que has trabajado a lo largo de toda tu existencia, tu literatura. Te marchaste hace unos días, pero los programas televisivos que ocupan la mayor parte de la parrilla hicieron más caso a otros en tu situación, quedaste un poco a la sombra sin merecerlo, la prensa rosa no habló mucho de ti, por lo tanto supongo que no serías rosa, pero ahora sé con toda certeza que eras mortal.


A Francisco Umbral (1935-2007)

D.E.P.