
Mares, océanos, las aguas ocupan tres cuartas partes de éste, nuestro planeta, según los estudiosos. Sin embargo nunca habían ocupado ni lo más mínimo en la vida de nuestro longo caballero, cuya experiencia más cercana al mar fue recorrer un par de kilómetros de algún que otro paseo marítimo. El mundo era más hondo que alto, y aún las profundidades eran todo un misterio para el hombre. Algunos hablaron en sus libros de civilizaciones allá perdidas, otros de criaturas submarinas monstruosas, leyendas de marineros, quizá sugestionados por la tenebrosa alta mar. Todo por descubrir, aunque imposible en un tiempo en el que se carecía de medios para explorar dichos submundos en los que la atmósfera de la superficie no se atrevía ni a asomar la pata. Ahora estaba el joven en lo más alto de un faro en el extremo del espigón de un cabo del fin del mundo, tras caída la noche, o más bien caído el sol, y bien entrada aquella noche, seguía con la mirada el trayecto elíptico que la luz de aquel faro dibujaba en las turbulentas aguas noctámbulas, que parecían querer bronca con las rocas del espigón. A pesar de aquello, por lo demás era un lugar tranquilo, pues no había más boca con la facultad de hablar, que la de nuestro protagonista y la del guardián del faro, un viejo que parecía tener los doscientos años, pues la curvatura de su espalda era la mayor jamás imaginada, y el blanco de su barba, tan intenso como la cal que cubría aquella torre. La noche siempre era un momento de reflexión para el muchacho. Tuvo curiosidad siempre por subir a un faro, y el guardián lo recibió encantado, de lo que podemos deducir dos situaciones totalmente opuestas, o estaba acostumbrado a recibir visita y de ahí su hospitalidad, o nadie solía pasar por allí y su buena reacción se debía a la necesidad universal de compañía humana, que todos sufrimos cuando nos sentimos solos. Ya que no era fácil ni atractivo dirigirse hacia aquel inhóspito pero romántico lugar, la segunda opción se convertía en la más probable, y en consecuencia, Don Rebelde sentía empatía por el guardián, pues "soledad" era una de las palabras que no sacaba de su propia mochila. Sabía como aquel debía sentirse, día tras día, mes y año tras año, solo allí arriba, en el fin del mundo, con la sola compañía de las ruidosas y sucias gaviotas, y un haz de luz que lo único que aportaba era un toque de monotonía a lo lúgubre. Nuestro longo caballero llevaba toda una vida caminando solo, viviendo en su fuero interno, y saliendo, su conciencia, de un salto, sólo durante encuentros ocasionales y repentinos. El resto del tiempo, para él, el mundo real no era más que un reflejo de sus sueños, ilusiones, y visiones subjetivas. Su princesa seguía sin materializarse, y puede que así fuese durante mucho tiempo, pues dicen que la recompensa llega al final del camino, y en el caso de nuestro joven, quedaba un camino largo, y a veces lento, por recorrer. Pasó horas contemplando la inmensidad, la infinitud del mar ante sus ojos, se preguntaba si el viejo, en tantos años ante aquel panorama, habría conseguido ver algo más allá del infinito, pues para él, el escenario era un fondo negro sobre violento ruido de olas. El no ver nada, te ofrecía la oportunidad de dibujar tú mismo lo que querías ver. El estar solo ante el peligro, te permitía estar solo ante el placer, por lo que todo lo malo tiene parte de bueno, siempre. El ciego de nacimiento no tropezaba con nada pues había dibujado el mundo según referencias externas, pero lo podía colorear a su estilo, y vivir con alegría lo que el resto vivía como un día gris.
El señor mayor parecía haber rejuvenecido ciento ochenta años, pues lucía sonrisa de veinteañero, sin embargo no abrió el pico en horas. Pensó nuestro longo caballero, que a veces el simple hecho de tener a alguien cerca, contaba como compañía, y aunque fuese por unos segundos, valía ya por varios meses de felicidad para aquel lobo de mar varado en aquel faro, lobo solitario. Quizá el secreto de la vida eterna esté en saber disfrutar de los buenos momentos y echar mano de ellos siempre que sea necesario, si hoy alguien está contigo, deberá este hecho reconfortarte durante mucho más tiempo del que esa persona permanezca a tu lado, pues no sabes cuánto puedes tardar en volver a encontrarte con una buena compañía. Pocas o ninguna palabra del viejo del faro, bastaron a nuestro longo caballero, para ver algo más allá de aquel infinito. El fin del mundo acechaba a unos metros del lugar, y sin embargo el camino de nuestro viajante se extendía leguas tras aquel falso cartel de "Fin Del Mundo", que solo servía para atemorizar a los débiles, y hacer que en tal punto finalizasen su trayecto. Pero el longo caballero no era débil, al menos ya no, tenía la experiencia suficiente como para saber que el riesgo que corría al continuar su camino más allá de aquel cartel, era directamente proporcional a las posibilidades de descubrir nuevas verdades, que seguirían siendo un misterio para aquellos que allí diesen el viaje por terminado.