
De nuevo en el borde de aquel infinito camino, al cual, ni él mismo recordaba como había conseguido llegar de vuelta, se despertó con dolor de cabeza, apenas pudiendo abrir los ojos ya que, aunque no harían muchas horas desde el amanecer, los intensos rayos de luz de aquel sol, después de la tenebre oscuridad que invadió la noche anterior, atravesaban la retina del joven que incluso podía sentir como estos perforaban cada resquicio de su mente. Se estiró y bostezó tan placidamente como si hubiese pasado la noche en su hogar, en su propia cama, como si hubiese olvidado todo el miedo que sintió horas antes, perdido y solo, en el lúgubre bosque que ahora quedaba a unos metros de la punta de sus pies. En realidad su, ahora recuperada, sensación de seguridad no podía compararse con la que sentía en su propia casa, ya que no se si nuestro longo caballero alguna vez llegó a tener realmente refugio propio, o si siempre vivió en el camino. Sentía ganas incontrolables de levantarse y abrazar a aquella piedra, no sabía quién o qué lo había guiado hasta la roca de nuevo, no encontraba en sus recuerdos siquiera imágenes desdibujadas, todo era blanco, como si la conciencia hubiese arrancado las hojas escritas durante las últimas horas, y las hubiese arrojado al cajón del subconsciente. No merecía la pena encerrarse en intentar recordar el cómo de su vuelta, lo importante es que estaba bien, o al menos cerca de la única vía de escape. Su corazón palpitaba fuertemente, ya que el alivio lo invadió sin merced. La señora luna junto a sus vasallos, las estrellas, se había marchado al volver su señor, ahora durante el día, era hora de trabajar, las horas de vigilia te prohibían el descanso, éste era deber de la noche, pero te proporcionaban la seguridad que la madrugada intentaba robarte, si sabías almacenarla, estarías salvado, si abusabas de la protección de aquel señor, antes se marcharía, y por tanto más horas quedarías desamparado. ¡Sigue adelante, longo caballero!, pisa el polvo del camino lo más fuerte que puedas, para así levantarlo y confundir con una nube tu figura en aras de dificultar la empresa de aquellos que siguen tu rastro para arrebatarte el poco bienestar que llevas en tu equipaje. No porta espada alguna pues, como sabemos, es aún joven y su fuerza no da para más defensa que el puño, la patada y la rebeldía. Viste las botas que la mismísima Experiencia hizo para él como obsequio, por su paciencia, su constancia, y sus ganas de luchar. La Experiencia era conocedora de todos los caminos y rincones de éste y otros mundos, y por tanto era consejera apta. No había gota de agua que calase en las botas de nuestro viajero, no había guijarro que se colase por agujero alguno, pues no existía agujero alguno en las suelas de una obra maestra de la Experiencia. También ésta, regaló unos guantes de piel al joven, para que con ellos pudiese acariciar las malezas que aparecen en tramos dificultosos del camino, y sentir las espinas del cardo borriquero tan suaves como los petalos de la rosa, así nuestro viajero sabría disfrutar de la dulce fragancia de los momentos dificiles.
Lanzó una mirada noble al horizonte, consiguió ver la nada del todo, tan importante era aquella línea que separaba la misma tierra del cielo, y a la vez tan invisible, que sólo el sabio se paraba a contemplarla. Nuestro inexperto y longo caballero, a pesar de inmaduro, tenía a veces un vislumbre en sus ojos lleno de saber, como si cualquier filósofo clásico se aprovechase, de tarde en tarde, de la debilidad del joven, para poseerlo por unos instantes y poder, miles de años después de haberse marchado, ver el mundo a través de los ojos de un vivo. De ahí que el muchacho, de tarde en tarde, fuese invencible, y capaz de ganar cualquier duelo de miradas a un rey, si se lo ponías por delante.
Una jornada calurosa, más que las anteriores, unos 35 grados ya, por encima de la escala de Celsius, y el reloj no habría pasado aún del mediodía. Estaba en un punto donde todas las ciudades quedaban lejos, y los pueblos ya no estaban de moda, el último éxodo rural causó que, de cuando en cuando encontrases poblados de casas y pequeños edificios totalmente desiertos.
Fuera de las urbes, el longo caballero, nunca se había atrevido a apartarse del camino, exceptuando la noche anterior, que por sed y curiosidad, ¿por qué no por ser los planes del destino? se hubo alejado unos metros, tan largos como leguas, lo cual aunque peligroso y osado, por suerte acabó aparentemente bien, ya que lo único de aquello que quedaba grabado en su memoria, era la lección que aprendió, lección de humildad que suponía una carga más en su equipaje, pero que a la vez le daba fuerzas de sobra para aguantarla.
No llevaba reloj, ni brújula, ni calendario, hubo un tiempo en el que llevó, pero los perdió, tampoco sabía ni en dónde, ni cuándo exactamente, tampoco le preocupaba, por lo que usaba su intuición, y fenómenos naturales como la posición del sol, el clima, el musgo de los árboles y la dirección del viento entre otros, para orientarse en tiempo y lugar.
Eran muchos los caminantes, y viajeros, en realidad el mundo en aquella era ya no era más que una red de caminos en la que podías aparecer en cualquier lugar del planeta y encontrarte con cualquiera. Aquel mundo era viejo, como una vez un señor plasmó en las primeras páginas de su diario sobre cierta ciudad, en éste las piedras no parecían huevos de dinosaurio, pero porque el planeta era tan antiguo ya, que nadie recordaba qué era un dinosaurio. Todos tenían tantos kilómetros por recorrer, y la incertidumbre embargaba su alma de tal manera, que nadie tenía tiempo para pensar en un pasado tan remoto, por ello vivían soñando en cada parada del viaje, cada uno en su mundo, nunca mejor dicho, pues cada uno estaba más cerca de su imaginación que de la realidad, por lo que entonces, los viajantes tenían un mundo que los conectaba, el real, y otro, el imaginario, que los hacía totalmente diferentes entre sí.
La mayoría era fiel a su trayecto, y lo terminaba respetando las sendas permitidas y evitando las prohibidas. Pero aún así, también existían ciertos grupos minoritarios, que habían desistido en el viaje, o que habían tentado a las percas del destino, saliéndose de las sendas permitidas y siendo condenados a no saber que hubieran encontrado al final de su viaje. El longo caballero, nuestro protagonista, aún no habíase encontrado con ningún ser condenado más allá de los bordes del camino. Para él, desde anoche, lo prohíbido suponía un proceso del no saber al saber, ya que pensaba que al igual que había pasado esta vez, de todas las veces podría sacar una nueva lección y asi convertirse en el experto caballero, dejar el adjetivo longo, colgado con honor sobre la rama de algún árbol, y vestir su nuevo título. Cualquier oportunidad de nueva aventura, para él siempre había sido un desafío y una sensación de éxtasis deliciosa, por lo que en cuánto se le presentase la ocasión, se lanzaría sobre ella.
Los seres condenados más allá del borde del camino, eran los débiles de corazón, ya que habían sucumbido a la curiosidad y caído en el foso del morbo, quizás el fuerte deseo de nuestro joven por poder volver al camino, al verse en peligro o al menos al sentir pavor, lo salvó de la condena. Se dijo pues para sí, que fingiría el mismo deseo cada vez que buscase aventuras fuera del trayecto predeterminado, para así engañar al destino durante unas horas, y poder adueñarse educadamente de los secretos que cada pueblo de condenados custodiase.
Debía haber estado pensando todo eso en voz alta, pues tenía la boca seca. Urgía buscar agua, donde fuese, era una buena oportunidad, si necesario, para apartarse del camino. Pero tras unos cientos de pasos más, parecía haber sido perseguido de nuevo por aquel guardían al que no podía ver, pues de bruces se dió con un pozo. Casi desfallecido por el estupor y la sed, sacó fuerzas de flaqueza para correr hasta aquel pozo de piedra, en busca del balde que elevase el dulce oro insípido e incoloro hasta su garganta. ¡Maldición! la bendición se presentó de la mano del infortunio, pues el agua estaba a una veintena de pies bajo tierra, y el cubo no esperó a que llegase nuestro viajero, si esque alguien puso un cubo allí alguna vez. La ilusión de hace segundos se desmoronó. En una de las piedras del pozo podía leerse: Lo que tú aprecies como oro, los demás protegeran como el mayor de los tesoros. Y sí, era cierto pues, que para un caminante sediento no había bien más preciado que el agua, especialmente por aquellas fechas de extremo calor.
El muchacho desesperado, y casí delirando, como no era extraño en él, se apoyó sobre el borde redondo de aquel pozo, y...adentro, comenzó a descender con la espalda contra un lado del pozo y ambas piernas contra el otro, afianzando sus movimientos con un pie antes de apoyar el otro, asegurando su equilibrio, intentando aferrarse a las piedras del interior del pozo con la ayuda de sus dedos entumecidos por el cansancio, sin actuar con desenvoltura, sin embargo ya quedaban sólo unos metros para tocar el agua y beberla sin límite, sin nadie que le molestase, ni le cobrase por ello, y seguramente su sed se vería saciada antes de verse el agua del pozo agotada. Pero cuando ya la distancia entre el muchacho y el agua era de centímetros, perdió pie, era extrañísmo, sintió como su pierna se hundió en el eje vertical más allá del muro del pozo...era un agujero, más bien parecía una especie de túnel, pues en su diámetro cabría incluso un hombre gordo como un barril. Nuestro longo caballero, tenía más ganas de curiosear que sed, por lo que se adentró tumbado en el tunel, reptando durante unos cien metros ya, que aunque nos parezcan pocos, se hacen largos cuando te invade un temor por desconocer lo que puedes encontrarte, y cuando te sientes como el jamón de un bocadillo, casi aplastado entre muro y muro. Después de otros tantos metros recorridos, se encontró con una bifurcación, la causa de no extenderme en su duda por la elección de cuál de los dos túneles coger, es que lo tuvo claro desde que vio ambas opciones, siempre eligiría la izquierda, pues seguro sería la opción menos aburrida, aunque con toda seguridad la más temeraria. El final de este túnel de la izquierda lo llevó a una pequeña galería, lo suficientemente alta como para permitirle ponerse en pie. Una vez en pie, se enfrentó a una puerta de madera, con pinta de muy antigua, ¡espera! ¿como iba a seguir, sin antes haberse preguntado siquiera, que hacia allí él y que hacían allí esos túneles subterráneos?, ¿qué habría encontrado si hubiese elegido el tunel de la derecha? eso ahora era dificil de resolver, e inútil, había soñado con aventuras como ésta, y ahora que tenía delante la puerta que podía llevarle hasta ellas, empezaba a cuestionarse todo lo que antes nunca se cuestionó. Decidido, llamó a la vieja puerta de madera, una vez, otra...y una última tercera vez, al comprobar que nadie contestaba, se animó a agarrar el oxidado pomo e intentar girarlo, con un fuerte chirrido, giró, y la puerta crujió al abrirse ante él. Entonces...no pudo dar crédito a lo que veía, una inmensa galería construida por el hombre, como el hall en el que se enfrentó a la puerta, la diferencia es que esta galería era enormemente más espaciosa...y albergaba...¡gente!...¡no era el único que hoy estaba en aquellas entrañas subterráneas!, el grupo no era muy grande, aproximadamente unas veinte personas, ¡espera!...no eran simplemente personas, tras un segundo vistazo confirmó que no había un solo hombre, todos los ocupantes de aquella galería eran féminas, casi todas viejas, también muchas jóvenes, pero tremendamente feas, con rostros espantosos, y algo peculiar todas ellas en su vestimenta, parecían llevar allí viviendo unos quinientos años, pues la moda había cambiado mucho desde sus ropas hasta las de los del mundo de ahí arriba, todas miraron al joven con cierta malicia, como si fuesen a hervirlo para comérselo y lo estuviesen celebrando antes. Pero el longo caballero era valeroso, y se acercó a la que parecía más mayor y líder del grupo. No temían la presencia de un hombre, mucho menos la de un muchacho, era nuestro joven quien parecía no sentirse muy agusto, llegó hasta allí realmente empujado por la curiosidad, y se acercó hasta la señora, empujado también por esta, quizá traicionera curiosidad.
-¿Dónde estoy?-preguntó el joven.
-Estás bajo tierra-respondió la vieja mujer.
El longo caballero se sintió estúpido por la respuesta estúpida que una estúpida vieja le había conferido.
-Bajo tierra, ya imaginaba, pero, ¿quienes sois vosotras?, ¿vivís aquí?-se impacientó.
-Ese tipo de preguntas debería hacértelas yo a ti-respondió la anciana en todo su derecho y con razón, pues fue el joven quien invadió el hogar de éstas.
-No tengo nombre, pues no tengo a nadie que me llame, ni vivo en ningún lugar más que en camino a ninguna parte, soy viajero y caminante-respondió nuestro longo caballero, del cuál debo aclarar que Don Rebelde no es su nombre, sino un simple apelativo que utilizaré para titular su vida, debido a su característica primordial, la rebeldía.-Vengo del mundo de arriba, bajé a beber agua a un pozo sin balde, y he llegado hasta aquí-.
-No estamos acostumbradas, ni nos agrada la presencia de los habitantes del mundo de arriba-respondió la vieja.-Vivimos aquí desde que nos condenaron ellos, hace mucho, mucho tiempo, antes de que me preguntes, vivimos solo mujeres, pues nuestra raza es diferente de la que tu provienes, en mi raza en mi generación, la mujer domina, y el hombre sirve como esclavo, la próxima generación será dominada por los hombres, y las mujeres servirán como esclavas de ellos. Si ambos sexos jugásemos el mismo papel a la misma vez, conoceríamos igualmente el secreto de nuestra raza, y habría conflictos, por los cuales una de las partes podría traicionar a la otra desvelando el secreto al resto del mundo-.
-Y, ¿cuál es vuestro secreto?-inquirió nuestro curioso protagonista.
-La maldad-contestó la vieja.
-¿La maldad?-.
-Sí, somos profesionales y expertas en hacer el mal, el secreto fue pasado a nosotras por nuestros padres, y a ellos por sus madres. Hasta que mi raza fue condenada, el gobierno del mundo nos contrataba para asesorarles a la hora de hacer el mal-explicó aquella abuela con cara de maldita bruja, ahora más espantosa, tras haber desvelado su secreto al jóven.
-Bueno, el mal, bien, vale, pero...si es tan importante el secreto de vuestra raza, ¿por que se lo confiais a un desconocido como yo, a la primera vez que os lo pregunta?-.
-No lo entiendes, todo el mal del mundo es obra nuestra, conocemos todo lo malo de ahí arriba, todos los pensamientos malvados, los deseos malditos, los actos malintencionados, pues mi raza es quien los crea, y los pone en las cabezas y corazones de los de ahí arriba. Si tramases cualquier maldad, o tuvieses un pensamiento impuro en este momento, lo sabriamos perfectamente, de igual manera he sabido que preguntas y actuas aquí y ahora con buenas intenciones-.
-Cierto, en realidad, encontré el camino hasta aquí de casualidad, y me acerqué en busca de aventura o de algo nuevo que aprender-a pesar de lo extrañísimo de la situación, de aquellos seres y aquel lugar, el joven no parecía muy sorprendido, quizá su experiencia con lo extraño vivido en sus sueños, le impide diferenciar realidad de ficción-¿Tenéis algo que enseñarme?.
-Lo siento, pues sólo sabemos hacer el mal, cosa que podríamos enseñarte, pero el mismo gobierno que usaba a mi raza de malhechores, nos condenó hipocritamente, cuando temieron que desvelásemos nuestro secreto al resto del mundo, y perjudicásemos su estatus de poder. Has de andar con cuidado por allí arriba, seguramente te habrán hablado mal de los pueblos condenados, los seres débiles de corazón, nosotros somos uno de esos pueblos, ya en extinción desde que dejamos de hacer falta ahí arriba, encontrarás a otros tantos desterrados, pero a ningún otro pueblo enterrado, pues el gobierno del mundo de ahí arriba nos consideró la raza más peligrosa, temen que digamos las verdades que conocemos, y aquí nos han hundido, cuando pegaste, nadie te abrió la puerta pues no podemos, es imposible, desde dentro no se puede abrir, solo si alguien llega desde fuera puede entrar para conocer parte de nuestra historia, no cualquiera puede acceder a ésta galería, sino sólo aquellos virtuosos con el don necesario y las ganas para luchar y con cuidado de no ser descubierto por el gobierno,difundir nuestro secreto entre los habitantes del mundo para conseguir algún día la revolución de los pueblos contra el poder, y marcharse por la puerta del extranjero-.
-¿La puerta del extranjero?-.
-Es una puerta por la que solo pueden escapar los osados que vengan del mundo de ahí arriba, como tú, después de escuchar la verdad de nuestra raza, te llevará directamente a la superficie, solo has de subir un pequeño tramo de escaleras, y aparecerás, justo junto al pozo donde pausaste tu viaje. Así que, ¡vamos! date la vuelta, la puerta está justo detrás tuya-.
El joven no supo de dónde diablos salió aquella puerta que minutos antes allí no se encontraba, pero se limitó a hacer caso a la anciana, y cuando agarró el pomo para abrirla y marcharse de allí, se giró una vez más y preguntó a la anciana:
-¿Cuál es el nombre de vuestra raza?-.
A lo que la vieja respondió con perspicacia.
- Mi raza ya no tiene nombre, pues ya no tiene a nadie que la llame.
El joven quedó desconcertado por las palabras de aquella mujer y por la experiencia esta vez vivida, abrió la puerta...y se marchó.