jueves, 28 de junio de 2007

El Ingenioso muchacho Don Rebelde (Insomnio de Una Noche de Verano)


Una parada en el camino, de esas para reposar el cuerpo y la mente tras una larga jornada de viaje, una simple calada a la pipa de opio para evadirse durante unas horas de la realidad, la cual, según intuía nuestro longo caballero, presentaba un largo trayecto por venir, y digo intuía, ya que antes dije que nuestro protagonista andaba y andaba sin conocer ni el cuándo, ni el cómo, ni el dónde de la meta, tan solo era consciente del por qué, andaba por el simple hecho de llegar, y así lograr resolver los enigmas recién citados.

Aquel día, no por gusto, sino por falta de techo, el joven disfrutó de una noche a la intemperie, bajo la luz de una luna y un puñado de estrellas. La luna conservaba su talante de señora feudal, que cada noche, en ausencia del sol, señor y dueño de las tierras, se hacía cargo de las estrellas como vasallos suyos que eran. Los vasallos temían al señor, por eso cuando él aparecía, todos se ocultaban, y tras su marcha, en multitud volvían a aparecer, ya que era vox populi, que la señora era responsable e incluso mandona, superior e incluso altanera, pero tenía piedad, y a la vez era bondadosa, por lo que ante ella no había nada que temer, cuando volviese el señor, la señora encubriría a sus vasallos, la luna escondería a sus estrellas, y todo volvería a parecer normal. Durante el día, el trabajo era duro, pero la noche era diferente, donde la ternura del alma mater reinaba, hasta el más debil y cobarde se sentía protegido y con fuerzas suficientes para levantar castillos en aquel aire denso y húmedo, pero no fresco, de la noche, donde la imaginación se dejaba llevar y fecundaba la creatividad de todo ser pensante que se cruzaba en su camino.

Nuestro longo caballero se recostó sobre una enorme piedra al borde del camino, la piedra parecía coincidir en caracter con aquella luna, ya que era muy dura, pero a la vez lo bastante cómoda como para permitir a los viajantes descansar sobre ella, tenía el mismo toque de dureza humilde, que infunde respeto y a la vez cariño. Las calendas de agosto se hallaban cerca, muy cerca ya de aquella noche, y el calor respirado durante el día por los bosques junto al camino, ahora estaba siendo expirado en toda la faz del joven, parecía como si aquellas arboledas se sintiesen incómodas ante la presencia de un forastero y quisiesen abrumarlo hasta conseguir expulsarlo de sus tierras. Ahora, hasta en plena naturaleza, se sentía rechazado, ni siquiera aquí formaba parte de un algo, de un todo, o de un nada, simplemente, no formaba parte.

El aire casi asfixiante no consiguió levantar a nuestro longo caballero de aquel lugar, pues si algún adjetivo lo calificaba de forma correcta, ese era el de rebelde, si querían echarlo, aquellos árboles tendrían que arrancarse de raiz, dirigirse hacia él, y pedir educadamente su marcha del lugar, de otro modo, tendrían que acabar con su alma, pues era lo único que le quedaba. Además, sería imposible echarlo de allí aquel día con aquella bruma, pues su cansancio era mayor a sus ganas de seguir viviendo. Aunque lo que sí consiguieron, fue producirle insomnio durante toda la noche. Pasó la noche ahogado en sus pensamientos, soñando despierto, de vez en cuando cerraba un ojo, luego lo abría para cerrar el otro, pero intentaba tener siempre uno alerta en caso de que fuese necesario, la soledad tenía cara de pocos amigos, y aunque llevase ojos en la espalda, de nada servían tumbado bocarriba. De aquellas ocho horas que tardó el sol en volver a salir, pasó la mitad imaginando como de diferente sería aquel viaje, aquel camino, en compañía de su amada y deseada princesa. Disfrutaba diciéndose para sí, que si fuese el más rico caballero jamás conocido, convertiría en reina a su princesa, pero que si jamás llegase a serlo, no le importaría compartir los minutos con una princesa, ya que era igualable en honor, pero superior en belleza debido a la juventud de las princesas sobre las reinas.

Aquel tramo del camino no estaba iluminado, por lo que la percepción del entorno mediante la vista era imposible, más que dificil. Los sonidos de la naturaleza eran la brújula de nuestro joven por aquellos lares. Aquella noche se hizo tan larga como medio año, y debido a los calurosos últimos días, el joven se había bebido todo el agua habida y por haber, con la tremenda desgracia de no haber encontrado fuente o corriente alguna para llenar de nuevo la panza de aquel oro insípido e incoloro pero lleno de vida. A las pocas horas de estar sentado sobre aquella enorme piedra entre el camino y los bosques, sin haber sido instruido para tal empresa, como si de un instinto de supervivencia se tratase, supo interpretar perfectamente el croar de un sapo, el cual sin duda, advertía la cercana presencia de agua, se levantó, dejo a la piedra a solas con el camino, y justo al pisar el umbral de aquellos bosques sintió un escalofrío espantoso invadir todas las venas y arterias de su cuerpo, pero no se dejó engañar por el temor, pues el temor solo era para cobardes, y él era un longo caballero armado de valor y de una sed incontrolable, caminó unos metros sobre las hojas caidas durante el pasado otoño, tan remoto era aquel lugar, que nadie se ocupaba de pasar al comienzo de la primavera a barrer los desechos de las estaciones frías, ni siquiera el viento. Las hojas, por secas, crujían al pisarlas a su paso, era extraño, pues el calor que expulsaban los bosques, parecía provocar la sensación de una gélida atmósfera en lo más profundo de estos. Todo apuntaba al terror, allí dentro parecía estar viviendo una noche de diciembre en plena selva negra. Por suerte para él, el croar de aquel sapo, se convirtió segundos después en el canto de su ángel de la guarda, pues lo guió hasta un arroyo donde el agua corría en abundancia, y fresca como si proviniese del mismo polo norte. ¡Ohh! eso sí que era vida, ya no importaba el aire caliente, aliento de aquellos árboles, pues alguien cuidaba de él, aunque no podía verlo, bien por la intangibilidad de aquel guardían, o igualmente posible, por la oscuridad de aquellos bosques, donde los frondosos y por ello, malditos árboles, no dejaban pasar la luz de la luna. Una pregunta no invadió su conciencia hasta el momento de quererse volver, ¿quién o qué sonido podría ahora guiarlo de vuelta al borde del camino?, y una duda de mayor transcendencia, ¿por qué demonios las piedras no hablaban o al menos tenían gritos de aviso?, se encontraba entonces desconcertado y perdido, en mitad de un bosque, que junto a la soledad, tenían cara de pocos amigos, estaba totalmente seguro de que la expresión "estar en la boca del lobo" se le ocurrió a alguien en aquel lugar exacto en su misma situación. Junto al camino, tenía la posibilidad, si necesaría, de escapar, correr siguiendo el trayecto que los bordes de éste le marcasen, pero allí dentro, tenía todo y a la vez nada, tenía el agua que llevaba todo el día necesitando, pero no tenía forma de escapar de lo lúgubre del momento. Los pequeños animales, para él, esa noche eran fieras aterradoras, pues al menor ruido, nuestro longo y valiente caballero mostraba su faceta más cobarde e infantil. Se dió cuenta que no estaba preparado para ser aquel gángster de sus películas, si temía pasar una noche sola en un bosque, ¿cómo sería capaz de apretar el gatillo y acabar con el alma de un inocente?. Se odiaba en ese momento, sobre todo porque la sed, una necesidad física, había cortado el hilo de su conciencia mientras soñaba con su dulce princesa. Se dejó llevar por lo terrenal, y abandonó, el mucho más bello y agradable mundo de su imaginación. Se acordaba de aquella historia del viejo libro, donde los humanos vivían felices y en paz, hasta que quisieron tentar a la suerte, y probaron lo prohibido, la maldición cayó sobre ellos, y él al parecer, acababa de tropezar sobre la misma piedra, no podía culpar a nadie, pues nadie puso aquella piedra en medio de su camino, el fue quien paró a descansar y eligió la roca como lugar donde reposar pensando que todo iría como cada noche, pero ya dije que aquella parada no sería otra cualquiera ya que las anteriores fueron bajo un refugio que limitaba su visión del mundo más allá del techo. Ésta, fue la primera noche al aire libre, Aquella noche, la sed y el calor no le dejaron dormir, un simple sapo le traicionó, el crujir de unas hojas secas lo aterrorizaron, y un montón de árboles le ocultaron la luz que le hubiese guiado de vuelta al camino, nadie se acuesta sin saber algo nuevo ni siquiera nuestro longo caballero y por ello los bosques no le dejaron dormir sin antes enseñarle una de las primeras y más importantes lecciones de su viaje, da igual lo valiente, lo fuerte, lo rico, lo poderoso o lo confiado que seas, siempre existirá quien te asuste, te apalee, te compre, te ordene y te haga sentir ridículo.
Quizá la piedra no quiso ser complice del resto de aquella noche y hacerle tropezar sobre ella, quizá quiso ser amiga del joven y avisarle del terror que le esperaba en el bosque, el terror de madurar, y tener otra lección a la que atenerse, pero desgraciadamente, las piedras no hablan, ni tienen gritos de aviso.

1 comentario:

Ángela dijo...

Necesito mas, sigue escribiendo y no me dejes con la intriga, quiero seguir conociendo las aventuras del caballero. Me he enganchado y no puedo parar de leer, que pena que no sea un libro el cual yo pueda leer hasta donde me apetezca, lo bueno es que estoy en tus manos y me haces que mire cada hora el blog para ver si has escrito algo mas, esta novela por entregas me ha enganchado de verdad.
Espero pronto otra aventura.